Los indígenas
Barí venezolanos[1], también de acuerdo a datos recopilados por ACP (2010) hay
alrededor de 805 grupos familiares distribuidos en trece (13) comunidades ubicadas en la Sierra
de Perijá:
o
Cuatro (4) comunidades (Bokshi, Karañakae;
Saimadoyi y Bachichida), en las que viven alrededor de 265 grupos familiares
con una población aproximada a 990 indígenas barí, ubicadas entre los
municipios Machiques de Perijá y los municipios Jesús María Semprún (donde nace
la Sierra de Perijá, sector Río de Oro), aisladas, de difícil acceso tanto por
caminos de tierra como por agua;
o
Nueve (9) comunidades (Arutatakaee;
Girogdoubari; Bakugbarí; Kumandá; Lugdudari; Asogbayi; Senkai; Audoubari; La
Campiña), en las que viven 540 grupos familiares con una población aproximada a
2759 indígenas barí, ubicadas en la parte baja de la Sierra de Perijá, entre
las parroquias Río Negro del municipio Machiques de Perijá y la parroquia Barí
del municipio Jesús María Semprún, más accesibles por tierra, si bien
no todas cercanas de la ciudad de Machiques. La población aproximada del pueblo Barí es de
alrededor de 3749 indígenas.
Los Barí son un grupo étnico de filiación Chibcha, únicos
en Venezuela. Se desplazaron desde los Andes colombianos y se asentaron en
parte de Colombia y en Venezuela en la
Sierra de Perijá
(conocida también como Sierra de los Motilones) y riberas del río Catatumbo,
ocupando la cuenca del Lago de Maracaibo entre 700
a 400 años
antes de la llegada de los europeos al continente americano.
Los Barí o motilones bravos (motilones por el corte
de cabello, bravos por su fiereza) han dejado atrás la vida seminómada y se han
hecho sedentarios.
A muy corta edad constituyen su grupo familiar, muy
extenso, con matrimonios monogámicos y poligámicos.
Dentro de cada comunidad administran el trabajo de acuerdo
a la edad y sexo.
Los hombres han sido siempre la cabeza del sustento
familiar, pues son los encargados de cazar, pescar, sembrar la tierra, cuidar
el conuco, construir bohíos (viviendas), cortar las trochas de la selva, hacer
los utensilios para cazar y pescar y cualquier trabajo pesado.
Las mujeres se encargan de hacer artesanía (cestas,
esteras, telares, faldas, mantos y guayucos), cuidar la casa, cocinar, limpiar
y el rol más importante, criar a sus hijos.
Los niños, desde temprana edad, aprenden a usar el arco y
la flecha. Cuando saben cazar y pescar son declarados “hombres” para luego,
alrededor de los 15 años, ser considerados guerreros diestros en el manejo del
arco y la flecha, capaces de sobrevivir por sí solos.
Las niñas, igualmente desde muy temprana edad, ayudan a la
madre en actividades caseras, preparándose de este modo para casarse a una
temprana edad.
La vivienda tradicional del Barí es el Soaikai comunal,
conocido comúnmente como el bohío, con arquitectura ovalada, hecha de bejucos,
palma y madera. En el Soaikai, antes, convivían todas las familias de la
comunidad, pero en la actualidad su vivienda está constituida por una choza de
dos aguas, en la que combinan materiales del mundo occidental (cemento,
bloques, zinc) con materiales autóctonos (palma y madera)[3]
Para regular el orden interno en cada comunidad se
establece un conjunto de normas o leyes que se originan en sus tradiciones
orales. Cuando hay conflictos, la comunidad toma decisiones que el cacique
aplica e impone.
La economía barí está basada en el aprovechamiento de los
recursos naturales y la preservación del mismo pues los Barí son ecologistas
ancestrales, tanto que aún hoy el sistema de cultivos[4], caza y pesca tiene carácter rotatorio, con la finalidad de
preservar la tierra y no desgastarla.
Para los Barí, la tierra es la base de su existencia, la
vida misma del Pueblo Barí; la cultura no se manifiesta sólo en el conjunto de
cosas hechas, sino también en las manos y en la mente de quienes las hacen, en
las personas que trabajan, crecen y sueñan.
La medicina tradicional es ejercida por ancianos que,
generación tras generación, transfieren conocimientos y prácticas.
Los Barí, de temperamento bravo, son conocidos como un
pueblo fiero desde el año 1549 cuando iniciaron una guerra feroz contra los
conquistadores que quisieron despojarles de sus tierras. Esta guerra se mantuvo
hasta el año 1772 cuando se logró un acuerdo pacífico entre la
Gobernación de
Maracaibo y, por lo menos, 21 comunidades Barí, gracias a la mediación de los
misioneros capuchinos que habían llegado a esas tierras en 1730. Desde 1772
hasta 1813 gran parte de los Barí vivieron bajo el sistema de reducciones, es
decir, en pueblos a los que fueron llevados lejos de los colonizadores, pero
con la presencia de capuchinos para ser convertidos al catolicismo. Cuando en
1.813 los misioneros españoles tuvieron que salir del país a causa de la
Guerra de
Independencia, los Barí regresaron al reencuentro de sus hermanos no reducidos
que habían quedado en la
Sierra.
Allí vivieron casi un siglo en paz, hasta 1906, cuando se inició desde Colombia la explotación petrolera en la línea fronteriza entre Colombia y Venezuela. A partir de entonces, las compañías transnacionales del petróleo, por un lado, y los ganaderos y latifundistas de Machiques, por otro, hicieron una nueva colonización: arrinconaron a los barí en pequeños territorios e invadieron el resto. Se reinició la guerra. Los barí no dejaron con vida a ningún blanco que penetrara en su territorio. Al final los Barí terminaron derrotados en esta guerra desigual (flechas contra fusiles y aviones) y perdieron dos terceras partes de su territorio que tuvieron que ceder a las compañías mineras y petroleras[5].
Allí vivieron casi un siglo en paz, hasta 1906, cuando se inició desde Colombia la explotación petrolera en la línea fronteriza entre Colombia y Venezuela. A partir de entonces, las compañías transnacionales del petróleo, por un lado, y los ganaderos y latifundistas de Machiques, por otro, hicieron una nueva colonización: arrinconaron a los barí en pequeños territorios e invadieron el resto. Se reinició la guerra. Los barí no dejaron con vida a ningún blanco que penetrara en su territorio. Al final los Barí terminaron derrotados en esta guerra desigual (flechas contra fusiles y aviones) y perdieron dos terceras partes de su territorio que tuvieron que ceder a las compañías mineras y petroleras[5].
En 1960, con el regreso de los Misioneros Capuchinos, los
Barí firmaron con los hacendados de Machiques, con la presencia de los
misioneros, en Aricuaizá, un acuerdo de no agresión contra los usurpadores de sus
tierras. Fue el pacto de la “paz blanca”, como la llamó en 1970 el etnógrafo
francés Robert Jaulin. Comenzó de este modo la segunda etapa de la
“pacificación barí” a través de la presencia de las misiones católicas de los
capuchinos y de las religiosas de la madre Laura. Los barí fueron catequizados
y aprendieron el castellano.
[1] El pueblo barí también está en territorio colombiano.
[2] Este número es muy aproximado, pues durante el último censo algunas comunidades barí se resistieron a ser censadas.
[3] Últimamente están siendo sustituidas estas viviendas por los modelos construidos por los gobiernos, viviendas campesinas de bloque de cemento.
[4] Sus cultivos principales son ñame, plátano y, sobre todo, piña.
[5] Sobre los Barí que viven en territorio colombiano afirma Hortensia Galvis (1995): Los indígenas barí llegaron a la segunda mitad del siglo XX sin haber tenido influencia de la civilización del blanco. Tuvieron fama de belicosos porque forastero, que ponía el pie en su territorio, nunca salía con vida. Fue el filósofo y antropólogo Bruce Olsson el primer hombre blanco que en 1961 entró en contacto con los barí colombianos. Ninguno antes de 1961 había salido con vida. Bruce Olsson, llamado por los Barí Taigda Yado, muy querido y estimado porque pagó el estudio y la estadía a 400 indígenas que hoy son profesionales y que se encuentran integrados a la selva, les organizó cooperativas para vender sus cosechas y les dio la posibilidad de ser bilingües y biculturales al hacer la transcripción de la lengua barí en signos castellanos. Esta es la razón, según la autora por la que los barí venezolanos solicitaron a los barí colombianos que les enviaran un anciano para enseñarlos de nuevo a ser barí porque “se les había olvidado cómo ser indígenas” y “las enseñanzas de las monjas los habían dejado en el limbo, convertidos solo en simulacro de civilizados”. Según cuenta la autora, los barí colombianos, viendo la situación de los barí venezolanos, enviaron a un anciano barí colombiano para enseñar a los barí venezolanos a ser de nuevo barí. El anciano, después de intentarlo, reconoce su fracaso: hay cualidades interiores que, cuando se pierden, no pueden ser recuperadas nunca.
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